sábado, 10 de marzo de 2012

THE HUNTER. Segunda parte. Capítulo 1 (2 de 4)


The hotel had only gradually developed to the plush respectability and safety it now enjoyed. Early during Prohibition it had been bought by the liquor syndicate as a plant, where booze could be stored with relative safety at a location pleasantly close to the speakeasies of midtown. During those early years no one made much of an effort to front the place as a normal hotel, but after the racket-busters began to crack down, and the place was raided a few times, the syndicate realized the building could only be useful if it did a good job of pretending to be what it was not. The remaining liquor was pulled out, the hotel was paper-sold to a. legit front man, and new employees were brought in who didn't know a thing about the place's actual owners or purposes, and for six years the hotel was a sleeper, bringing the syndicate nothing but a small legitimate profit.

In 1930, with the respectable front firmly established, the Oakwood Arms became once more a plant, but this time the mob used it more carefully and more quietly. With the end of Prohibition in 1933, the hotel embarked on its new career as a location for business conferences, as the liquor syndicates merged and disbanded and remerged again in a frantic reshuffling of influence and interest, converting from suddenly legal liquor to still profitably illegal items like gambling, unionizing, prostitution and narcotics.

In the years since, the Oakwood Arms had slowly developed its role in Outfit affairs. It was used more as a permanent or temporary residence for Outfit executives than for any other reason, with occasional conferences and parties as well. Since the Ap-alachin fiasco of 1957, more and more out-of-town elements of the Outfit had been using the hotel as a safe meeting place. It was quiet, it was well run, and it was guaranteed free from trouble with the law.

So it was with perfect nonchalance that Mal Resnick sat in the living room of his third-floor suite in the hotel, in his dressing gown from Japan, and waited for Pearl, the girl with only two bad habits.

Mal was a beefy man, short and heavy-set, with broad, soft, sloping shoulders and a wide paunch, short thick legs and arms, and a heavy head set square on a thick neck. In the old days, his hands had been large and rough, work coarsened, but now they were only pudgy, the flesh packed thick around the finger bones, the skin soft and pink. He was a cab driver, with a cab driver's body and a cab driver's movements, and nothing would ever change that.

Around him were the symbols of his success, the stereo hi-fi built into the wall, the well-stocked bar, the deep-piled carpet and plush armchairs and sofas. His was a two-room suite, living room and bedroom only, proclaiming him still on one of the lower rungs as an Outfit executive. But the fact that he could live here at all proclaimed even louder that he had power within the mob, that he had made it: he wasn't a goon or a hanger-on, he was one of the Boys.

He looked at his watch and saw that it was quarter after seven. That meant that Pearl was fifteen minutes late, and Mal grinned again. Pearl was late, Pearl would be punished. She knew that, and she would come anyway -- and whatever he decided the punishment should be, she would go along with it.
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El hotel se había ganado poco a poco el prestigio de lujosa respetabilidad y seguridad que ahora poseía. Al principio de la Prohibición había sido comprado por el Sindicato de Licores que lo usó para almacenar la bebida en un sitio cómodamente cercano a los garitos clandestinos del Centro. Durante esos primeros años nadie se molestó en convertirlo en un hotel normal, pero cuando los gánsteres empezaron a decaer y el lugar se abandonó un corto periodo de tiempo, el Sindicato comprendió que el edificio podría ser muy útil si se conseguía fingir que era lo que no era. El licor que quedaba fue sacado de ahí, se fingió vender el hotel a un hombre de paja y se trajeron nuevos empleados que nada sabían de los verdaderos dueños del hotel ni de sus intenciones. Durante seis años mantuvieron el hotel durmiente, el Sindicato solo sacó un pequeño pero legítimo beneficio.

En 1930, con una respetable firma como tapadera, el “Oakwood Arms” volvió a ser una vez más una tapadera, pero en esta ocasión, la mafia fue más cuidadosa y discreta. Con el fin de la Prohibición, en 1933, el hotel emprendió su nueva carrera como lugar de reuniones de negocios, en compañía de un sindicato del licor unido, luego disuelto y de nuevo reunido, en un periodo de frenética reorganización de sus intereses e influencias, pasando de ese alcohol súbitamente legalizado hacia otros negocios provechosos y aún ilegales como el juego, los sindicatos, la prostitución o las drogas.
Desde aquellos años, el “Oakwood Arms” había desarrollado lentamente su papel en los asuntos de la Organización. Lo habían usado más como residencia, permanente o temporal, de ejecutivos de la Organización que para otras funciones, como reuniones ocasionales o fiestas. Desde el Fiasco de Apalachin* de 1957, más y más hombres de la Organización de fuera de la ciudad habían usado el hotel como un lugar seguro de reunión. Era tranquilo, bien comunicado, y tenía garantizado  que estaba libre de problemas con la Ley.
Por eso Mal Resnick estaba sentado con total despreocupación en la sala de estar de su suite en el tercer piso, vestido con su bata japonesa y a la espera de Pearl, la chica que solo tenía dos malos hábitos.
Mal era robusto, bajo y musculoso, de espaldas anchas pero blandas y caídas, con gran barriga, miembros cortos y gruesos y una pesada cabeza encajada sobre un grueso cuello. En los viejos tiempos sus manos eran grandes y ásperas, encallecidas por el trabajo, pero ahora solo eran regordetas, la gruesa carne que envolvía los huesos de los dedos, cubierta de piel suave y rosada. Había sido taxista y el cuerpo de taxista y los movimientos de taxista era algo que ya no podía cambiar.

A su alrededor tenía los símbolos de su éxito, el aparato estéreo de alta fidelidad empotrado en la pared, el bien abastecido bar, la alfombra mullida y lujosos butacones y sofás. Estaba en una suite de dos habitaciones: sala de estar y dormitorio que proclamaba que solo había alcanzado uno de los peldaños más bajos como ejecutivo de la Organización. Sin embargo, el  hecho de que pudiera vivir allí mostraba ostensiblemente su  influencia en el grupo mafioso y lo que había conseguido: no era ni un tonto ni un don nadie, era “uno de los Muchachos”.

Miró su reloj: eran las siete y cuarto. Pearl ya se retrasaba quince minutos y Mal sonrió de nuevo: Pearl llegaba tarde y debería ser castigada. Ella ya lo sabía pero vendría de todos modos...cualquiera que fuera el castigo elegido, ella estaría de acuerdo con él.
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*La reunión de Apalachin fue una cumbre histórica de la mafia americana celebrada el 14 de noviembre de 1957, en la casa del mafioso Joseph Barbara, alias "Joe the Barber", en Apalachin, Nueva York. La reunión contó con la presencia de aproximadamente 100 mafiosos de los Estados Unidos, Canadá e Italia. La presencia de numerosos coches de lujo con matrículas de todo el país despertó el interés de la policía local y estatal, que asaltaron la reunión, provocando la huida de los mafiosos a los bosques que rodeaban la finca de Barbara.
Más de 60 jefes del hampa fueron detenidos y acusados. El resultado directo y más importante de la reunión de Apalachin fue que ayudó a confirmar la existencia de la mafia americana, que algunos, entre ellos el director de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), J. Edgar Hoover, se habían negado siempre a reconocer.




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