The Hunter (El cazador) de Richard Stark Cap 3 (2 de 4)

He had to get rid of her. He had three days to stay here, and she couldn't be here with him. In all his rages, six months on the prison farm, he had never planned to kill her. To beat her, yes, to mutilate her, to give her pain and scars, but not to see her dead.

In the closet, he found a dress with a zipper all the way down the back. He put it on her, forcing her stiffening arms through the sleeves, then rolled her over and zipped it closed and rolled her back again. He forced shoes onto her feet. They were too small. Either the feet had started to swell or she had gone in for shoes more flattering than comfortable.

Dressed, she looked less dead. Not asleep, though. Unconscious. As though she'd been clipped. He closed her mouth, and it stayed closed.

At the doorway, he looked at her for a long minute. Then he said, "You were always dumb. You never changed."

He shut the door.

There was a television set in the living room. He found a bottle of blended whiskey in a kitchen cupboard, broke the seal, and watched cartoons on television. Then he watched situation comedy reruns and children's shows.

The living room drapes were closed, but he could tell by the clock over the television set when the sun was going down. He watched dinner-hour news broadcasts, and they didn't mention him. They wouldn't. The break was three weeks ago. A continent ago. A dead guard and a runaway vag don't make the news it i ontinent away.

It should never have happened. Another result of her dumbness. Sixty days as a vag,. and now they had his prints on file, the marks of his fingers. The name that went with the marks was Ronald Casper, but it didn't matter. He could call himself any-(lung, even his true name, and the marks of his fingers would never change. Sixty days they gave him. Twenty days, and he laugh a guard, and they added six more months. Eight months nut of his life, weeding on the prison farm. He lasted six and Iniind his break, and took it -- and left behind a stupid guard with his head half twisted from his shoulders.

She had caused that, just one of the things she'd done to him. < rossed him and cuckolded him and jailed him and put his 1'iinrs on file in Washington, D.C. Given him a continent to i kiss. She had done it.

No other woman could have. There had never been a woman anywhere in the world to trouble him, till her. There never would be again.

And now she had left him a body to dispose of. He couldn't leave her here, he had a messenger to meet. He couldn't keep her here, he wouldn't be able to stand that. He couldn't call for the law to come take her away, like a solid citizen, because one hard look would tell them he wasn't a solid citizen.

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Tenía que deshacerse de ella. Iba a estar tres días allí y no podía quedarse con él. A pesar de toda la rabia acumulada durante los seis meses en la granja-prisión nunca había planeado matarla. Golpearla, sí; mutilarla, causarle dolor, rajarla, pero no verla muerta.

En el armario encontró un vestido con una cremallera de arriba a abajo, en la espalda. Se lo puso, forzando sus rígidos brazos para meterlos en las mangas. Después la volteó, cerró la cremallera y, de nuevo, le dio la vuelta. Le encajó los zapatos en sus pies. Eran demasiado pequeños. O bien sus pies habían empezado a hincharse o bien ella había comprado unos zapatos más vistosos que cómodos.

Vestida parecía menos muerta. Aunque tampoco dormida. Inconsciente. Como si la hubieran golpeado. Cerró su boca y ya no se volvió a abrir.

Desde la puerta la contempló durante un largo minuto. Luego dijo, “Siempre fuiste una boba. Nunca cambiaste.”

Cerró la puerta.

Había un televisor en la sala de estar. Encontró una botella de whisky de mezcla en el aparador de la cocina, abrió el precinto y se puso a ver la tele: los dibujos animado, las reposiciones de comedias de situación y los programas infantiles.

Las cortinas de la sala estaban corridas, pero supo cuando el sol se había ocultado por el reloj que había sobre el televisor. Miró el noticiario televisivo y no lo mencionaban. No lo harían. Su fuga fue tres semanas antes. Una eternidad. Un guardia muerto y un preso fugitivo no son noticia a otro lado del país.

Nunca debería haber pasado. De nuevo era el resultado de la estupidez de Lynn. Sesenta días por vago y tenían sus huellas dactilares en sus archivos. El nombre relacionado con sus huellas era Ronald Casper, pero no era ese el caso. Podía modificar su nombre cuanto quisiera, incluso usar el verdadero, pero nunca podría cambiar sus huellas dactilares. Le condenaron a sesenta días. A los veinte días se burló de un guardia y le aumentaron la pena en 6 meses más. Ocho meses de su vida perdidos en una granja-prisión arrancando hierbajos. Aguantó seis, tuvo la oportunidad de fugarse y la aprovechó… dejando  tras de si a un estúpido guardia con el cuello retorcido.

Ella era la causante, como de tantas otras cosas. Le habían atrapado, jodido y encarcelado y tomado sus huellas para archivarlas en Washington DC. Se había visto obligado a atravesar un continente. Todo gracias a ella.

Ninguna otra mujer pudo hacerlo. Ninguna otra mujer en el mundo hubiera podido ponerle en problemas salvo ella. Y eso ya no volvería a ocurrir.

Y ahora ella le había dejado un cuerpo del que debía deshacerse. No podía abandonarla allí, estaba esperando al mensajero. No podía conservarla allí, no sería capaz de aguantar esa situación. No podía llamar a los agentes de la ley para que se la llevaran, como si fuera un ciudadano  honrado, porque una simple mirada bastaba para saber que no era un ciudadano honrado.